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miércoles, 7 de junio de 2023

Historia n.º 63

 

El Castillo de Matrera

 

Aprovechando la pequeña explanada de la cumbre del cerro Pajarete se erige el Castillo de Matrera, convirtiéndose en bastión casi inexpugnable y en un excelente otero con una amplia panorámica. Este sitio fue elegido por los partidarios de Omar ibn Hafsun, jefe muladí, a finales del siglo IX para asentar allí un destacamento y desde él, defender a Iptuci, la ciudad más avanzada de la Cora de Ronda. Este caudillo, según la historia, era un insurgente hispano-musulmán, cuyo nombre en árabe es: عمر بن حَفْصُون بن جعفر بن سالم, nacido en el año 850 en Parauta (Málaga). Pertenecía a una familia de propietarios, que se decían descendientes de un conde visigodo llamado Alfonso y que se había convertido al islamismo en tiempos de su bisabuelo. Vivió una juventud turbulenta; el asesinato de un vecino le obligó a huir a Tahar (África), donde trabajó como aprendiz de sastre. Volvió a Andalucía y hacia el año 880 comenzó a actuar como jefe de una partida que tenía su refugio en Bobastro, un castillo de la serranía de Ronda, y que devastaba las tierras de los alrededores. Los esfuerzos que por someterle hicieron los gobernadores fieles al emir de Córdoba resultaron inútiles. Muhammad I, su sucesor al-Mundir, no lograron dominarle, y su hermano y sucesor ‘Abd-Allàh prefirió negociar con él, nombrándole gobernador de la cora de Rayyo (Málaga). Tampoco duró mucho esta vez la sumisión, volviendo a la insurrección.  El 16 de mayo de 891 sufrió un descalabro en la batalla de Aguilar de la Frontera (Córdoba) en el castillo de Poley o Pontón, donde inició su progresivo declive. Sus agobios se vieron aliviados por la insurrección de los Banu Hayyay de Sevilla, que obligaron a ‘Abd Alàh a aflojar su presión; fue entonces cuando ibn Hafsun repudió el islamismo y volvió a la fe cristiana de sus antecesores, tomando el nombre de Samuel. Este paso no hizo más que agravar su decadencia, al abandonarle sus seguidores musulmanes. Los años siguientes fueron de retroceso gradual, el último asalto lo inició el sucesor de Abd Allàh, Abd al-Rahman III, a partir de 916 ibn Hafsun quedó cercado en su refugio de Bobastro, donde murió de enfermedad. Desde entonces numerosas fortalezas fueron entregadas al emir por los musulmanes y Abd-Rahman III obtiene un importante éxito al hacer prisionero a Sulaymán, uno de los hijos de Umar, y convencerlo para que disputara el dominio de Bobastro a su hermano Chafar, que fue asesinado en el año 920. Siete años más tarde, Sulaymán era vencido por las tropas cordobesas y poco después el último hijo de ibn Hafsun, de nombre Hafs, se rendía en la fortaleza de Bobastro tras casi cincuenta años de rebeldía. Los restos de Umar y de su hijo Chefar fueron desenterrados y al encontrarlos enterrados a la usanza cristiana enfureció aún más a Abd al-Rahman III, que mandó colgar sus restos en la picota de Córdoba, donde permanecieron durante años; con ello Abd al-Rahman III conseguía el apoyo unánime de los alfaquíes cordobeses, que no olvidaban la conversión de ambos al cristianismo y recordaba a los sublevados la suerte que podían esperar. El clan de los Hafsún tuvo que refugiarse en el exilio. A la hija de Omar inb Hafsún, Santa Argentea, se la recuerda en la Iglesia Católica como virgen y mártir. Sobre el sitio de Matrera controlado por los partidarios de Omar inb Hafsún y después por Córdoba y Granada hasta la toma de Sevilla por Fernando III poco podemos decir. Es de suponer que, durante este tiempo de ausencia de información en nuestra zona, se fue consolidando la habitabilidad del sitio porque a partír de Fernando III las crónicas al hablar de Matrera lo hacían como La Torre de Matrera.

La entrada del Rey D. Fernando III en Sevilla se produjo el día 23 de noviembre de 1248 y según las crónicas de este rey castellano marca un hito en la reconquista de España: «El día de San Clemente de 1248 entró en Sevilla don Fernando, rey de Castilla y de León. Y el trabajo y la fatiga de la tarea se compensó en la alegría y en el triunfo de la entrada en la capital, […/…]. En este tiempo de desolación para los musulmanes, Fernando III, rey de León y de Castilla, licenció al Ejército y se juntaron Cortes, en donde se vio la manera de juzgar y de repartir las tierras mahometanas. A la ciudad de Sevilla se le dieron los mismos fueros que a la ciudad de Toledo, y se nombró un «nobilísimo colegio de canónigos, con prebendas y dignidades honestísimas», todo bajo el mando de Felipe, consagrado arzobispo, primer metropolitano de Sevilla. […/…] Tres años y medio vivió Fernando III después de conquistada Sevilla. Dedicó ese tiempo a asegurar la nueva población de caballeros, menestrales y hombres libres, engrandeciéndola en singulares mercedes y privilegios. El 15 de enero de 1250 concede el rey a Sevilla el Fuero de Toledo, premiando con casas y tierras a los que en la conquista habían tomado parte, y a cuantos nuevos pobladores acudieron a su llamamiento. No es de extrañar que la concesión del fuero sea en más de un año posterior a la entrada en la ciudad, porque en los primeros momentos posteriores a la reconquista Sevilla no pudo ser otra cosa que un campamento de las huestes cristianas, siquiera fuera más amplio, cómodo y seguro que el del cerro de Cuartos; pues así lo exigían la seguridad de la población y la posibilidad de un ataque de la morisma, que poseía el territorio desde Utrera a Cádiz y desde el Guadalquivir a la sierra de Matrera, por el Sur, y los pequeños reinos de Tejada y Niebla por el Oeste.

El peligro de este asentamiento árabe tan cercano de Sevilla hizo concebir a Fernando III la idea y el proyecto de expulsar a todos los mahometanos en las inmediaciones de la gran ciudad de la Bética. En dos años de lucha Fernando III agregó a su Corona las ciudades de Lebrija, Arcos, Medina Sidonia, Alcalá de los Gazules, Jerez, Trebujena, Sanlúcar de Barrameda, Rota y hasta el mismo Cádiz. Pero todo este territorio volvió a perderse, siendo recuperado más tarde por Alfonso X, llamado el Sabio. Este vaivén hizo que las fronteras cambiaran muchas veces de lugar, siendo la definitiva la que iba por Vejer, Jerez, Arcos, que unen desde entonces a sus nombres el apelativo de «la Frontera». Y entre las distintas concesiones del rey Fernando figura, en primerísimo lugar, la importancia que dio a la iglesia de Sevilla, dándole la categoría de metropolitana, concediéndole como renta el diezmo que le correspondía a la Corona, sin más excepción que del ajarafe y figueral».

Orden de Calatrava

Después de la guerra y toma de Niebla, el Maestre de Calatrava don Pedro Yáñez ganó a los Moros, junto a otros castillos, el de Matrera, que se hizo luego encomienda, donándolo el Rey Alfonso X, el Sabio, el 10 de junio de 1256 en Brihuega (Guadalajara) con todo su término a la Orden Militar de Calatrava, como dice fray Francisco Rades y Andrada, que le llamaba Matier; cuyo primer comendador fue don Espinel, que también lo era del castillo de Sabiote (Jaén). Formó parte del cinturón defensivo de la frontera del reino de Granada frente a la Corona de Castilla.

En el año 1263, pasó el Rey de Sevilla a Córdoba haciendo la guerra a los Moros por Alcalá de Venzayde con el único efecto de talas y correrías, y una vez en la ciudad de Sevilla envió a don Nuño González de Lara y a don Juan González, Maestre de la Orden Militar de Alcántara, a socorrer a Matrera y a su alcaide y Comendador don Alemán. Por suerte no se perdió esta plaza de gran importancia estratégica. En la Crónica impresa se lee con error Utrera, que se ha extendido a otras historias, pero Utrera en esta época no existía entonces ni tan siquiera pertenecía a la Orden de Calatrava; Matrera sí, que era del Rey y su Comendador don Alemán que sucedió al primero don Espinel. La semejanza del nombre dio lugar a la equivocación de imprenta, que, en ejemplares de la Crónica manuscrita, se lee Matrera, y no Utrera.

Después de las grandes conquistas del siglo XIII, el islam español quedó reducido al reino de Granada. Este reino surgió de la desmembración del imperio almohade y su primer rey fue Mohamed ben Alahmar, fundador de la dinastía nazarí (1238). Comprendía las tierras de la Andalucía penibética, desde Almería a Gibraltar. Fue un reino rico y poblado, enriquecido por un activo comercio y una floreciente industria. Bien defendido por sus montañas y poco atacado por los estados cristianos, pudo defender su independencia durante 140 años, a pesar de las luchas civiles que lo agitaron. Sin embargo, sus reyes pagaron tributo a los de Castilla.

Escudo Nazarí

La Torre de Matrera que sirvió de frontera entre Castilla y el reino Nazarí, en 1322 la Orden de Calatrava lo perdió, siendo reconquistada definitivamente por Alfonso XI en 1341.

A 1º de abril de 1342 en Tordesillas (Valladolid), el monarca hizo donación a la Ciudad de Sevilla del castillo de Matrera con su lugar y términos poblados y por poblar y también de las salinas y lugar de Hortales, sito en el Campo de Matrera. El Concejo Hispalense se erigió con su administración desde ese momento.  Al estar situado en plena Frontera o Banda morisca fue asediado por los musulmanes granadinos en 1408 y en 1445.

Desde ibn Hafsun hasta esta fecha, las crónicas impresas y los historiadores al hablar del sitio de Matrera no lo hacen como Castillo sino como Torre, y es que, en realidad, no era un castillo sino una torre de avistamiento o de vigilancia donde se refugiaban los pocos militares (peones) partidarios de Omar ibn Hafsun, en un principio, y después personal, posiblemente pertenecientes a la aldea de Hortales, que era el sitio poblado más próximo. Para los cristianos significaba ser una punta de lanza en la frontera con el islam, además se convirtió en plaza estratégica de la trama de vigilancia y defensa de la Banda Morisca, que con el paso del tiempo se fue consolidando como castillo. El rey Alfonso XI, según las crónica, después de dar por terminada la campaña por la proximidad del invierno, fue a la Torre de Matrera y estuvo allí cinco días, porque en aquel tiempo no había allí nadie, sino la Torre solamente. En el libro de Monterías de este Rey se habla del sitio de Matrera: «…Los Cañaverales de Guadalete son buenos de puerco en verano. Et en el cañaveral que sopieren que está el puerco, pongan la vocería á la punta del cañaveral. Et es el armada á la otra punta. La ladera de Matrera es buen monte de puerco en invierno. Et es la vocería por cima de la cumbre de la ladera de este monte. Et son las armadas al Encinar…»

Igualmente, el poemario de Alfonso el Onceno recoge el sito de Matrera con estos versos:

[…Atrauesó la frontera

Este rrey, que Dios defienda,

Fue luego cercar Matrera,

Sobre ella puso su tienda.

 

El noble rrey don Alfonso

Sus gentes fiso allegar,

Brafaui Beni Pedrecho,

Ouo gela de dar.

 

Los moros duelo fesieron

E maldesieron su ley,

E en Matrera posieron

El pendón del noble rrey.

 

E pues Matrera leuara,

El buen rrey tornó su via,

E a Seuilla llegara

Con la su caualleria.

 

A Dios mucho loando

E a la Virgo coronada.

Asi se yua el rrey vengando

De los moros de Granada…]

Como se ha comentado anteriormente, el Concejo Hispalense se erigió en administrador del Campo de Matrera en todo su término desde el mismo momento de su donación.

Como sabemos la Torre de Matrera con sus tierras aledañas llamadas Campo de Matrera fueron donadas a la Ciudad de Sevilla, y por tanto no tenemos más remedio que tratar de hablar de ciertos temas relacionados con el Campo que confluían todos en ese punto geográfico fronterizo que fue, poco a poco, configurándose como Castillo de Matrera.

Las tierras que se donaron se llamaban Matrera y era una zona fronteriza con el Reino de Granada. Zona que el Rey Alfonso XI regaló a la ciudad de Sevilla y por tanto era el Cabildo quien la administraba. La tenencia del castillo de Matrera perteneció a la jurisdicción del Concejo de Sevilla. Desde el principio estaba controlada por oficiales de la ciudad. Ya en el reinado de Enrique II, y a pesar de la reforma efectuada por Alfonso XI encaminada a entregar las tenencias a vecinos de las villas donde estaban ubicados tales fortalezas, las tenencias comenzaron a quedar aquí casi de manera exclusiva en manos de los «veinticuatros» sevillanos, situación que se consolidó legalmente a partir del reinado de Juan II, cuando a través de un privilegio real emitido en 1443 a instancias de los propios regidores hispalenses. Los veinticuatro y oficiales de Sevilla pasaron a convertirse, cada uno de ellos, en alcaides de castillos, dándose el caso de que, a partir de entonces, el número de tenentes era superior al de los castillos. Este castillo, que es objeto de nuestro estudio, tenía una especial relevancia porque era el enclave más querido, por tener una asignación más alta, nada menos que 12.000 mrs. anuales a pesar del ajuste que hizo el rey Alfonso XI rebajándolas todas en un 33%. Por eso Pedro Sánchez de Escobar, tenente vitalicio del castillo de Matrera, pleiteó durante los años 1411 y 1412 con el cabildo hispalense porque se la concedieron a otro. A estos altos señores que manejaban toda clase de asuntos de la frontera se les ha venido a llamar por varios autores «Los Señores de la Guerra». Pero he de decir que no eran estos solamente. Había otros con menos rango que también trazaron sus estrategias para aprovecharse de la situación, casos que dejaremos para otra ocasión.

No era un secreto y a nadie debe de extrañar que la oligarquía política sevillana utilizara sus cargos para fortalecer su posición y obtener a su vez otros asociados a asuntos fronterizos; es el caso de Alonso Fernández de Melgarejo, que en 1408, además de resolver asuntos propios como alcalde mayor, daba órdenes al alcaide del Castillo de Matrera, Pedro Sánchez de Escobar, para que mantuviese en el castillo la misma guarnición que la había defendido antes de firmarse la tregua con los granadinos.

Como debemos comprender no siempre en las relaciones entre cristianos y moros existía la guerra, sino que se dieron periodos de ceses de hostilidades. Los periodos de paz más cercanos a la fundación de Villamartín fueron los de los años 1408 y 1445. Eran muy importante los mecanismos que se utilizaron en las relaciones fronterizas establecidas entre los grupos humanos que orillaban la linde de la frontera. Estos mecanismos eran acuerdos muy puntuales y débiles y como siempre ocurre, alguien da un «Do» más alto de lo normal, estropeando la labor del coro, cosa que sucedía muy frecuentemente en el Campo de Matrera.

Aparte del peligro natural que suponía pasar el ganado al otro lado de la frontera para pastar, había otro que era las entradas clandestinas, y eso se producía muchas veces porque en realidad, no se sabía con exactitud dónde estaban los límites fronterizos. Verdaderamente, lo que se perseguía era intentar impedirlas, designándose a lugareños para que dirigiesen y acompañasen a los vaqueros cristianos y a las reses en los lugares contratados para pastar. A los infractores se les castigaban cuando se les descubrían. En 1453, el Concejo de Arcos comunicaba al de Sevilla que moros de los castillos de Cárdela y de Aznalmara se habían llevado cabezas de ganado que andaban por el Campo de Matrera aludiendo que estas se hallaban en sus términos; también en 1413 el Consejo sevillano tuvo que descontar a Fernán Sánchez, Diego Jiménez y Manuel Sánchez 3.000 mrs. de la renta del herbaje de Matrera porque alegaban que habían tenido pérdidas con motivo de la entrada que los moros hicieron en tierras de Matrera, llevándose ciertos ganados.

La caída en cautiverio, en el Campo de Matrera o en cualquier otro sitio de la zona fronteriza, era quizás la cosa más penosa y angustiosa que se ceñía sobre las gentes que vivían en la frontera o sus cercanías. Los arrendadores del Campo debieron aprender a vivir acompañados de la amenaza, siempre latente, que suponía la posible pérdida de la libertad personal o de seres queridos, estas normas de conductas nunca abandonaron a la franja territorial colindante con Granada.

         La mayor parte de los cautivos procedían del trasiego cotidiano que latía en la frontera. Al amparo del relieve y la riqueza forestal del Campo de Matrera, pequeñas partidas de moros se reunían con frecuencia para producir daños en las tierras de los cristianos.

Las personas que eran objeto de apresamiento abarcaban a casi todo el espectro de las gentes que vivían o deambulaban por la franja. Era el caso de Luis de Sevilla, vecino de Arcos, que fue sorprendido en el curso de una entrada en las cercanías de Aznalmara en 1450. A veces eran los alcaides de los castillos fronteros emplazados aisladamente en primera línea, como Juan Sánchez de Cespedosa, de Matrera, hecho prisionero en 1428. Otras veces, emisarios que cruzaban la raya con cartas para las autoridades musulmanas. Pero, sin duda, el mayor porcentaje de apresamientos tenía lugar entre caminantes y, sobre todo, gentes que laboreaban en la franja y que eran repentinamente sorprendidos cuando estaban dedicados a sus faenas, normalmente a cierta distancia del núcleo de habitación más cercano.

La forma más efectiva de liberarse si alguien era sorprendido, era fugarse, porque este acto era reconocido entre las reglas de juego de la cautividad. Sin embargo, los métodos más habituales eran los intercambios de individuos o el pago de rescates. Como intermediarios y gestores de estos rescates estaban los alfaqueques. En esta zona del Campo de Matrera el apresamiento de cautivos solía hacerse más como negocio que otra causa.

Los castillos al borde de la frontera, que eran los que más nos interesa y en especial el de Matrera, no fueron reconstruidos, pero sí mejoradas sus fábricas con erección de torres y cubos, excavaciones de aljibes o levantamiento y acople de lienzos…  Debe tenerse en cuenta que la reutilización de unas defensas que, en numerosos casos, se mantendrían prácticamente intactas tras la toma de una plaza, pues las técnicas de conquista ejercitadas normalmente en la linde se basaban en el asalto por sorpresa o en la capitulación, obviamente serían de inmediato usadas en su beneficio por los que entonces cambiaban a ser sus defensores. Así las cosas, recién conquistada una plaza, su nueva guarnición se adaptaba a las características y al estado de conservación en que se hallaba el recinto, al menos durante algún tiempo.

            En enclaves menores, tales eran los casos de las torres debidas al Concejo de Sevilla y dispuestas en la «Banda Morisca», los criterios seguidos para la elección del lugar de construcción y los motivos que llevaron a su ejecución, eran básicamente los mismos, pero como dijimos al comienzo el emplazamiento de Matrera ya existía. Así, el castillo de Matrera se levanta enriscado en las estribaciones de la sierra de Pajarete, en el término de la población gaditana de Villamartín, a 523 ms. sobre el nivel del mar. La fortaleza presenta un amplio albacar de planta ligeramente elíptica con dos puertas de acceso, de El Sol y de Los Carros, situadas a oriente y poniente, defendidas ambas por sendas torres de flanqueo de planta cuadrada. Destaca en su disposición la alta y rectangular torre del homenaje, dividida en tres niveles; localizada en el flanco N., lugar topográficamente más elevado, desde su terrado se obtiene una amplia visual tanto de la Campiña como de la compacta mole de la Serranía, constituyéndose en un excelente otero de la comarca circundante. La defensa previa de la torre del homenaje se completa mediante una leve y simple camisa con pequeñas torres.

            Donde principalmente se basaba la eficacia de cualquier castillo era en el adecuado estado de sus componentes defensivos, ya que, aunque normalmente las actividades de pequeñas partidas que actuaban en campo abierto con objetivos más o menos concretos, robo de ganado, quema de cosechas o captura de personas, debían ser contrarrestadas por reducidas guarniciones que raras veces actuaban con la diligencia precisa ante esas circunstancias. Los recintos amurallados solían estar, más de lo que a primera vista pudiese parecer, en un estado deficiente para desempeñar uno de sus cometidos básicos, ya que era necesario repararlos continuamente como cualquier otro edificio en uso constante y porque corrientemente los materiales empleados en sus fábricas y las técnicas constructivas sufrían un importante y pronto proceso de deterioro. No obstante, tales tareas requerían la inversión de notables sumas de dinero que sólo en contadas ocasiones se poseían o llegaban a su destino.

Ballesta medieval

            A comienzos del siglo XV el estado de conservación de muchas de las fortificaciones fronterizas castellanas debía ser bastante pobre. La monarquía, ya fuera mediante ejecución directa o a través de los grandes concejos realengos, especialmente Sevilla en el área que estamos tratando, intentó establecer una mínima infraestructura con vistas a intentar evitar esa precaria situación de notable deterioro en la que se hallaba parte de los castillos y torres de la fronteraTeóricamente, la Corona parece ser que seguía un procedimiento dividido en dos fases. El primer paso era nombrar una serie de «veedores» «visitadores» cuya misión era desplazarse personalmente hasta la misma linde con la misión de redactar sobre el terreno cuál era el estado de conservación material de los castillos que iban visitando y estableciendo, a reglón seguido, cuál debía ser el orden de las reparaciones más urgentes y necesarias. En segundo lugar, se libraba una suma de dinero con el fin de comenzar las obras. En 1422, dicha cantidad fue fijada en un millón de maravedís anuales.

            Evidentemente, el castillo de Matrera estaba bajo la jurisdicción de Sevilla y otros más de la Banda Morisca correspondiéndole al concejo de la Ciudad realizar las anteriores funciones. Una muestra de lo que decimos:

            En 1472, Juan Gil, alcaide del castillo de Matrera, demandaba al concejo de Sevilla que reparase una parte de la fortaleza porque se encontraba en estado ruinoso, circunstancia que había estado denunciando desde hacía tiempo sin recibir respuesta alguna.

            Fiscalizar sobre el terreno las tareas que debían llevar a cabo los maestros albañiles y alarifes enviados con vistas a emprender las tareas de «adobo e reparo» de las fortalezas era también labor de los alcaides, lo que igualmente solía llevarse a cabo en compañía de algunos miembros del concejo.

            En noviembre de 1402, y aunque parezca a primera vista un tanto inexplicable, se trasladaron hasta la ciudad de Sevilla los ocho pares de hojas de puertas de la fortaleza, a fin de que fuesen convenientemente reparadas y forradas en hierro.

            El castillo estuvo, por tanto, durante un periodo de tiempo que se desconoce, y en una zona no precisamente tranquila y quieta, sin proteger aparentemente los puntos más vulnerables que tenía cualquier castillo, como eran sus entradas. Es de suponer que algún medio habilitaría el alcaide para mantener cerrado el recinto hasta que llegasen las puertas.

            Parece ser que la reparación de huecos y vanos era uno de los problemas que mayor número de veces se presentaba, posiblemente porque las hojas de las puertas eran fundamentalmente de madera, material especialmente perecedero si el tratamiento seguido para endurecerlas y la propia calidad de la misma no eran los más pertinentes, aparte, claro está, de que los correspondientes encastres en los muros fuesen de buena fábrica, cosa harto dudosa si tenemos en cuenta la mediocre calidad constructiva y el pobre remate final de la fortificación. Así, a comienzos de 1406, fue necesario hacer nuevamente distintas reparaciones en las puertas de Matrera. En 1411, el albañil Alfonso Martínez recibió un salario de 500 maravedís por parte del concejo de Sevilla por haber construido y colocado las quicialeras correspondientes en las puertas del castillo. Tan sólo cuatro años más tarde, en 1415, hubieron de librarse 2200 maravedís a Rodrigo Álvarez de Herrera, alcaide de Matrera, por un juego de puertas nuevas que habían tenido que ponerse en el albacar.

            Los trabajos constructivos de índole menor, los denominados «adobo e reparo», también eran objeto de atención, aunque generalmente se realizaban con enorme lentitud, e incluso, no era nada raro que se detuviesen y se llegasen a abandonar sin verse concluidos. Así, primero se encargaba a uno o más maestros albañiles que se trasladasen hasta el castillo e hiciesen un recuento de las labores que debían emprenderse. Vueltos a Sevilla, informaban de aquellas y, sólo entonces, se libraba el dinero para comenzar las obras. Todo este arduo y moroso procedimiento fue el que se llevó a cabo cuando, en 1405, tuvieron que hacerse algunas reparaciones menudas en la fábrica de Matrera. En febrero, Sevilla mando una carta a Utrera para que su Concejo enviase al recinto fronterizo maestros albañiles con la tarea de ver qué era necesario reconstruir. En marzo, el cabildo sevillano llegó a un acuerdo de 3500 maravedís con Pedro Martínez Doria, Antón Rodríguez y Ruy Pérez, caleros los tres, para que hiciesen y diesen puestos a pie de obra cien cahíces de cal. En julio, tales caleros emplearon cinco días en ir a Matrera para ver el lugar donde había de hacerse la cal para las labores. Hasta agosto no llegaron los albañiles Fernán Martínez, Juan García y el maestro Alí Guijarro, aunque sólo estuvieron observando y calibrando lo que debían reparar. Por fin, en noviembre de 1407 se libraron, definitivamente, los 2000 maravedís a que se elevaba el costo del aderezo. Habían pasado más de dos años desde que se dieron los primeros pasos encaminados a efectuar el trabajo. Un procedimiento similar se siguió entre 1409 y 1411 con otras labores y, además, esta vez con la introducción de una variante: se gastaron 1000 maravedís en que Juan Ortega de Luna, jurado de la collación de San Ildefonso, fuese hasta el castillo y viese «con sus ojos» que las obras de albañilería estaban realmente rematadas con arreglo a las condiciones en que habían sido acordadas. En estos casos reseñados, al menos se atendió al mantenimiento de Matrera. Pero muy otras fueron las circunstancias en 1472, cuando el alcaide Juan Gil, como constatábamos más arriba, demandó una urgente solución al mal estado de la fortaleza, sin que quede constancia de que se prestase la lógica atención al problema.

            Con respecto a otros de los elementos imprescindibles de cualquier castillo, como era el caso de la aguada y aljibes de los castillos, parece ser que tampoco presentaban un idóneo estado de conservación a causa de la combinación de varias circunstancias. De un lado, probablemente como consecuencia de las propias sales minerales que el agua tenía en suspensión y que actuaban como un perenne agente corrosivo digno de tenerse en cuenta. De otro, las humedades y capilaridades que el almacenamiento del líquido producía sobre materiales no completamente impermeables.

            Por su parte, durante el mes de agosto de 1413, se libraron 400 maravedís al alcaide del castillo de Matrera Juan Gómez Hurtado para que este mandase limpiar el aljibe de la fortaleza, aprovechando así el periodo de menor pluviosidad del año, haciéndose llevar, poco después, el agua dulce suficiente para llenarlo posiblemente del manantial que se encuentra en la ladera del Cerro de Pajarete (hoy manantial de la Ermita de Ntra. Sra. de las Montañas).

            Cualquier fortaleza, aunque dispusiese de un emplazamiento óptimo y contase con un estado de conservación adecuado, prácticamente perdía su capacidad defensiva puntual si no contaba simultáneamente con una guarnición suficiente y mínimamente diligente que pudiese protegerla en caso de asalto o de asedio del enemigo. Pero, además, el simple hecho de que hubiese un número de hombres tras los muros de un castillo le confería a éste una cierta capacidad ofensiva, una potencialidad para el ataque.

            Una muestra de lo que se gastaba en maravedíes en cada categoría de personal de un castillo lo podemos ver en la tabla siguiente:

EFECTIVOS

Categoría    número   paga mensual    monto mensual    monto anual

                 Caballeros      80                  60                   4800                 57.600

                 Ballesteros    200                 18                   3600                  43.200

                 Lanceros       220                 14                   3080                  36.960

                       Total:      500                                       11700                137.760

            Ni que decir tiene que Matrera pertenecía al conjunto de fortalezas que se encontraban prácticamente aisladas en la «tierra de nadie» fronteriza, carente de cualquier núcleo habitado asociado y cuya función principal consistía en cumplir labores de atalaya, aviso y refugio para las puntas de ganado que herbajaban en los pastos del Campo de Matrera, estableciendo visuales de alerta con otros reductos cercanos previos a la Campiña sevillana y que dependían directamente del concejo hispalense. Estos castillos, en general de reducida entidad, estaban defendidos por pequeñas guarniciones desplazadas «ex profeso» para protegerlos, por lo que periódicamente eran sustituidas por un nuevo reemplazo.

Bacinete

         En la fase previa de tirantez fronteriza que preludiaba la guerra que se avecinaba, en abril de 1406, Sevilla libró 1600 maravedís a Bernal González, jurado de la collación de San Esteban, para que él y otros cinco hombres de a caballo permaneciesen veinte días de guardia en el término de Matrera. La peligrosa situación en la que se sumergió toda el área de la franja donde se erigía el castillo, con el riesgo añadido de posibles cabalgadas musulmanas, hizo que durante el otoño de 1406 la guarnición fuese nuevamente incrementada, esta vez con diez ballesteros, grupo que ayudó a amparar la fortaleza durante algún tiempo. Tal aumento de defensores se hizo prácticamente permanente una vez rotas las hostilidades, e incluso se prolongó hasta algo más allá después de su finalización.

            El Castillo de Matrera en tiempo de guerra hubiera resistido mal un embiste granadino sobre sus muros, ya que el perímetro a defender, que comprendía un albacar que linealmente cuenta con varios centenares de metros, no podría haberse cubierto adecuadamente. Habría sido la única solución parapetarse en el reducto donde se levantaba la torre del homenaje, al que se la podía reducir fácilmente desde diferentes lados. Según su situación, delante de Matrera no había otra cosa que la serranía nazarí, por lo que cualquier aviso de un ataque era poco probable. En el supuesto de que la guarnición resistiera, la llegada de auxilios hubiese tardado probablemente un tiempo excesivo, porque a retaguardia del castillo las primeras plazas castellanas importantes, en dirección a Sevilla, eran nada menos que Los Molares, Las Aguzaderas y, sobre todo, Utrera, ninguna de ellas precisamente cercana, mientras que hacia el oeste se encontraban Bornos, Espera y, especialmente, Arcos, tampoco demasiado próximas. Antes de la llegada de cualquier socorro, los defensores ya se habrían rendido con toda seguridad, tal como aconteció en otros casos semejantes, y los musulmanes, si veían difícil mantener el enclave, lo abandonarían tras causarle serios deterioros.

            Este castillo como estaba en primerísima línea de la raya fronteriza debía ser abastecido de víveres periódicamente mediante recuas que los transportasen desde otras poblaciones situadas más a retaguardia. Normalmente, estos abastecimientos se componían de trigo y cebada, alimentos básicos para hombres y caballos y, aunque su asignación, cantidad y financiación teóricamente corrían con cargo a la Corona, en la práctica éste delegaba esa tarea sobre el Concejo sevillano.  Pero no siempre, la financiación del abastecimiento estaba disponibles en sus momentos, especialmente los periodos de malas cosechas, como las ocurridas en los años 1413 y 1414.

            Por otro lado, junto al emplazamiento de la fortificación, el estado de la fábrica, el número de gente que la guardara y su abastecimiento, también era imprescindible que los hombres que tenían que protegerla contasen con suficientes armas y material de guerra.

            Así lo da a entender Alfonso X al exigir que los castillos estén "labrados e bastescidos de omes, e de armas, e de todas las otras cosas que les fuesse menester ... ". Esta obligación se repetirá en otras dos ocasiones, como en la Ley V, que incluye entre las condiciones que debe cumplir un buen alcaide, tales como contar con hombres y abastecimiento adecuados, la de tener armas. Más adelante, se dedicará la ley XI a "Como deuen ser bastecidos los castillos de armas": "Armas muchas ha menester que aya en los castillos para ser guardados, e defendidos quando menester fuere. Ca maguer sean bastecidos de omes e de viandas, sino ouiesse bastecimiento de armas, no sería todo nada, porque con ellas los han de defender los o mes". Añade que además de las armas que deje el señor, debe tener el alcaide las suyas propias, así como "todas aquellas cosas que son menester para adobar e endereçarlas, de guisa que se ayuden dellas, quando menester fuere". "E por ende todas las armas del castillo, tan bien las del señor como las que touiesse y el alcaide, deuen ser muy guardadas ...".

            Como hemos visto que las armas son propiedad del señor (en nuestro caso Sevilla) y del alcaide, podemos concluir que sólo serían gastos imputables a la tenencia los derivados del mantenimiento de las armas, pero no su compra, ya que proceden directamente del señor o del alcaide. Este sería el motivo por el que Sevilla asume la compra y envío de armas a los castillos mediante libramientos independientes de los de las tenencias.

            Según las noticias conservadas, los envíos de armas a los castillos debían de cubrir las necesidades básicas de defensa de los castillos, pero éstos solo eran reales en momentos de peligro, lo que produjo numerosas quejas ante el cabildo hispalense. A partir de 1400 se aumentó estos envíos y sobre todo a castillos de la Banda Morisca, donde se encuentra el de Matrera.

            Llama la atención que en julio de 1406 se trajeran armas a Sevilla procedentes de la Sierra Norte para su arreglo y posterior envío a castillos de la banda sur.

            El concejo sevillano era, como ya dijimos, el responsable de comprar y enviar las armas a los castillos. Las numerosas cartas, conservadas en los Papeles del Mayordomazgo, que dirige el cabildo a los contadores para que libren el pago de las armas solicitadas así lo demuestran. Pero los gastos no se limitaban al coste de las propias armas. Era necesario, además, que llegaran a su destino y para ello se requería un embalaje adecuado y un medio de transporte. La pólvora se guardaba en odres, cuernos o, lo más frecuente, en barriles, mientras que las pelotas de plomo solían ir en talegas de cañamazo que a su vez eran metidas en seras. Se alquilaban acémilas para el transporte y cuyo coste variaba sustancialmente de un destino a otro. En 1406, dos mulas contaban 90 mrs. por llevar las armas a Matrera

            Además de los equipos individuales que portarían algunos miembros de la guarnición, puesto que estos eran de propiedad particular, poco se sabe de las dotaciones de armamento y guarnición que cada castillo tenía. Así, por ejemplo, con anterioridad y durante el curso de las operaciones emprendidas por el infante don Femando de Trastámara entre 1407 y 1410, algunas de las fortalezas sevillanas de la «Banda Morisca» fueron proveídas con cierta cantidad de armamento para su defensa.

            Por ejemplo:

            Matrera

        [19-VI-1406]: una arroba de pólvora para hacer truenos, seis ballestas con sus cintos y quinientos virotes.

            [l-VII-1406]: seis escudos paveses.

        [5-VII-1406]: un millar de virotes de ballesta empendolados a repartir con El Aguila.

         [l-XI-1408]: tres brazos para ballestas costillas o rollos nuevos que debían ser puestos en tres cureñas, haciéndoles poner sus cuerdas y «avancuerdas», y una ballesta nueva con su cinto en sustitución de otra que había llegado quebrada144.

            [20-1-1413]: seis ballestas con sus cintos y una caja de virotes

         [15-X-1428]: seis pares de hojas, seis bacinetes, seis ballestas con sus cintos, cuatro cajas de virotes, doce escudos paveses y dos truenos con su pólvora correspondiente.

            Las guarderías y vigilancias del Campo de Matrera eran «puestas» y dependían de las ciudades y villas de mayor tamaño, puesto que los reductos de primera línea tenían suficiente con vigilar frágilmente sus contornos desde sus adarves. Con respecto a las desplegadas por Sevilla hay un documento que, aunque sea del siglo XIV nos permite comprobar en qué puntos y lugares eran situadas. Como ejemplos tenemos que, veintitrés almogávares tenían que guardar toda la tierra y el monte desde Morón hasta Marchena y, desde esta villa hasta Matrera y la zona de Sevilla.

            Hacia el año 1421 se ve en la documentación una carta de donación de la renta del Campo de Matrera hecha por el Concejo al jurado Juan de Ortega de Luna que había hecho población en dicho campo en el lugar de Villamartín, en frontera con los moros, teniendo consigo a su costa 20 hombres de a caballo en guarda y defensa de la tierra. La donación se hacía con la condición de que el dicho jurado y los 20 hombres se comprometieran, ante escribano público, a permanecer en Villamartín la mayor parte del año a partir de 1º de julio de 1421, enviando a Sevilla testimonio, en cada tercio del año, de cómo cumplen dicho servicio, y que el arrendamiento de la renta se haga analmente por el Concejo, entregando sus productos íntegramente a Juan de Ortega de Luna y a sus hombres, para su mantenimiento.

            Dos años más tarde, en octubre de 1423, Sevilla hizo una composición con Juan de Ortega de Luna, capitán de Villamartín, vecino de la collación de San Idelfonso, que gastó de su hacienda en hacer una torre y un cortijo y ciertas casas y población en ella, teniendo en dicha torre gente de a pie y de a caballo, por lo cual la tierra comarcana estaba más segura que antes, ahorrando muchas cautividades, muertes y robos por parte de los moros. Para que lo pudiera continuar Sevilla acordó que el dicho Juan de Ortega de Luna estuviese en la torre de Villamartín ocho meses de cada año, con tres hombres de a caballo en guarda del mismo, haciendo obligación de ello ante Alfonso López, lugarteniente del Escribano Mayor del Consejo, a partir del año de la fecha, empezando los 8 meses en 1º de noviembre y así en adelante, dándole para ayuda de su mantenimiento y de la gente que con él estaba 6.000 mrs. al año.

          Los acontecimientos de las siguientes décadas en relación con el Castillo de Matrera son bastantes conocidos, así que en modo resumido relatamos lo sucedido con respecto al Castillo y su entorno hasta entrado en el siglo XVI con la fundación de Villamartín, datos que recojo de la abundante documentación aportados por los mayordomos del cabildo hispalense.

            En el año 1425 se recoge un mandamiento de Sevilla al mayordomo para que diese a Diego Ortiz, el mozo, hijo de Pedro Ortiz, veinticuatro, difunto, alcaide del Castilla de Matrera, en el año en curso, 9.000 mrs. en dinero y 25 cahíces de pan por la tenencia del mismo, para tenerlo bien poblado, según se contiene en las Ordenanzas de esta Ciudad que sobre ello hablan.

            El mantener personal activo en el Castillo de Matrera fue una constante y se refleja en otro documento de 1428, cuando se manda dar 2.000 mrs. a Juan Romero, tenedor del Castillo de Matrera por Fernán Pérez de Melgarejo, alcaide del mismo, para su mantenimiento y el de los nombres que consigo tenía en él para su guarda, a cuenta y pago de la quitación y pan que el alcaide debía tener. Como comentamos cuando hablábamos sobre los «prisioneros», en agosto de 1428, Juan Sánchez de Cespedosa estando en el Castillo de Matrera como guarda de él por Fernán Pérez de Melgarejo, alcaide del mismo, salió del castillo y fue capturado por los moros pidiendo de rescate 30 doblas de oro moriscas. Se le dieron 10 doblas de oro para ayuda de su rescate, de los maravedíes que los reyes por sus ordenanzas mandaban dar cada año de los propios, mandando, a su vez, al mayordomo que compre de los cambios las 10 doblas de oro. El escribano público Alfonso López dio fe de que Fernán Pérez de Melgarejo, alcaide del Castillo de Matrera, recibió 10 doblas de oro moriscas para pagar el rescate de Juan Sánchez Cespedosa, con la condición de que en el plazo de 60 días lo trajese ante el concejo o trajese fe de un escribano público de cómo salió de tierra de moros, y, en caso contrario, se obligaría a devolver las 10 doblas de oro.

            Este mismo año, hubo una petición de armas al concejo sevillano por parte del alcaide del Castillo de matrera para su guarda y defensa. El pedido consistía en: 6 pares de hojas, 6 bacinetes, 6 ballestas, 6 cintos, 4 cajas de viratones, 12 paveses y 2 truenos, y la pólvora que para ellos cumpliese, y que las traiga todas ante el cabildo y darlo al dicho alcaide ante escribano.

            En la década de 1432-1442, solo dos asuntos a reseñar: uno, el aumento de la tenencia del castillo por estar en tiempo de guerra. Dicha tenencia se elevó a 12.000 mrs. y 60 cahíces de trigo, para que el alcaide Francisco Fernández de Marmolejo tuviera la fortaleza poblada y bien guardada; otro, que, en 1437, los moros de Cárdela entraron en el castillo, quemaron sus puertas y causaron numerosos daños antes de dejarlo vacío, así que el cabildo sevillano mandó a Francisco de Villafranca, obrero de las labores, para inspeccionar cuales son los reparos que debía acometerse.

            Entre los años 1443 y 1454 se barajaban por Sevilla y entre los oficiales del cabildo listados de nombres para la tenencia del Castillo de Matrera, así como sorteos entre los oficiales.

            En noviembre de 1472, Gonzalo Rodríguez de Sevilla, lugarteniente del escribano mayor del Cabildo, notificó a Enrique de Guzmán, alcalde mayor, informándole que el Cabildo le otorga poder suficiente para decidir qué recaudos hay que poner en el castillo de Matrera para que la fortaleza esté bien guardada, y para ordenar los libramientos consiguientes en el mayordomo. También tendrá poder para ordenar repartimientos de los peones y ballesteros que fueren necesarios. Con ese mandamiento, Enrique de Guzmán, duque de Medina Sidonia y alcalde mayor, mandó a Juan Fernández de Sevilla, mayordomo, para que pagase a Fernando de Medina de Nuncibay 11.860 mrs. que le correspondían por los siguientes conceptos: por los ocho días del viaje que hizo con cierta gente para poner buen recaudo en el castillo de Matrera, a razón de 600 mrs. diarios, 4.800 mrs.; por un quintal de pólvora que se llevó al castillo en un barril que costó 2.560 mrs.; y para 15 peones que estuvieron en el castillo 15 días y cobraron por ello 20 mrs. diarios cada uno, 1.500 mrs. De esta cantidad deberá pagar 6.466,5 mrs. de los 10.000 mrs. que en él fueron librados por la nómina a Cristóbal de Moscoso con tenencia del castillo; y 5.393,5 mrs. de los 7.000 que se libraron en él en los 314.105 mrs. de las rentas de las imposiciones de la tierra de Sevilla. También pagó en 1473 a Fernando de Medina, el Mozo, veinticuatro, 1.000 mrs. para los hombres que debían llevar agua al castillo de Matrera, agua que posiblemente fuese tomada del manantial que hoy conocemos como el de la ermita de Las Montañas.

            Entre el 3 de marzo de 1481 y 4 de enero de 1484 salió a subasta unas obras en el Castillo de Matrera, saliendo con un precio de 220.000 mrs. y terminando rematada en 67.000 mrs. El lugarteniente del escribano mayor del cabildo notificó el día 12 de enero a los contadores que Juan García, cantero y vecino de Sevilla, se obligó a realizar la obra de albañilería del castillo de Matrera con las condiciones señaladas por 67.000 mrs. y que presentó los fiadores requeridos.

            Hasta llegar al año 1503, a excepción de los pagos por las tenencias del Castillo, los más sobresaliente para éste fue las reparaciones que efectuó Nicolás Martínez de Durando, obrero de las labores, reparaciones que aparecían señaladas en un informe de inspección que se hizo por orden del cabildo; en tales reparaciones se gastaron un total de 877,5 mrs., y el envío de ciertos caballeros y peones al Campo de Matrera para asegurar la posesión de la Ciudad.

            En la carta puebla firmada por los colonos para la repoblación de Villamartín con la ciudad de Sevilla, quedaron expresamente excluidas la fortaleza de Matrera, la torre de Villamartín, los ejidos y el molino del Lobillo, que quedaron bajo control de la Ciudad. Desde aquí y lo leído hasta ahora, se hace posible que, entre otras cosas, el control de las tenencias de la fortaleza y la torre no gustaban que cayeran en manos extrañas debido a la alta renta que conllevaban, igualmente podemos decir de las rentas de los arrendamientos de los ejidos y el molino del Lobillo.

            Con la caída de Granada y la fundación de Villamartín en el año 1503, el Castillo de Matrera entró prácticamente en declive. Su interés defensivo dejó de tenerlo al no haber frontera que defender, cada año había menos personal, los reparos y las dotaciones de armamento dejaron de suministrarse, las tenencias más próximas llegaron poco más del año 1521. A partir de esta fecha el castillo de Matrera estaba vacío y como no había reparaciones cada año se caían algunas piedras por la acción de la naturaleza, solo lo visitaban los animales que encerraban en su albacar.

            Sin más noticias sobre el Castillo salvo su existencia, llegamos al siglo XVII cuando el Concejo Real se encontraba en su momento más difícil para la contribución al sostenimiento de los gastos de la monarquía. Las ventas de los señoríos fueron uno de los medios utilizados para el incremento de ingresos en las arcas reales. Facilitada por una demanda creciente entre los medios de los negocios, que los utilizaban, por una parte, como refugio de capital en tiempos difíciles, y por otro lado como salto cualitativo en su ascenso social. Un ejemplo del accenso social de personas procedente de los negocios, que conseguían hidalguías, hábitos, títulos y señoríos fue el I Marqués de los Álamos del Guadalete, recorrido que era tanto más rápido cuanto mayores eran las necesidades de la Corona. De la parte introductoria del libro “Real Ejecutoria del Marqués de los Álamos del Guadalete de 1732” sabemos que el dicho I Marqués D. José de Lila y Valdés compró a S.M. el rey de España la Villa de Villamartín y que litigó con la ciudad de Sevilla sobre la propiedad de la misma. Dicha compra fue importante para las arcas del rey, pero luego el Marqués tuvo que lidiar dos corridas, por decirlo de alguna manera, una, con el pueblo de Villamartín; otra, con el clero, una vez fracasada su intentona con la Villa de Lebrija. Lidia que no vamos a narrar aquí porque escapa a nuestro objetivo.

            Pero si hemos hecho mención al Marqués de los Álamos del Guadalete es porque el nombre del Castillo de Matrera vuelve, a partir de 1685, a ser noticia. Sobre todo, en los textos escritos por el Marqués, que los titulaba así: “D. Pedro Alcántara de Lila y Maraver, Vint de la Cerda, Ponce de León, Vera, Silva, Vega, Colarte, Valdés, Rivera y Lila, Marqués de los Álamos de Guadalete, señor de la Villa de Villamartín, del Castillo y Campo de Matrera, su término y jurisdicción alta y baja, con nuevo mixto imperio, permisión y tolerancia”.

            Tras la constitución de las Cortes de Cádiz, la villa de Villamartín, su Castillo y el Campo de Matrera dejó de ser Señorío y se convirtió en alcaldía constitucional. Si a esto se suma que hacia el año 1818 la Chancillería de Granada resolvía a favor de Villamartín el pleito sobre las tierras del Campo de Matrera que se tenía con Sevilla prácticamente desde la fundación, el Castillo de Matrera, ya muy ruinoso, quedó en manos de Villamartín. Y así quedó hasta la segunda mitad del siglo XX donde se empieza el estudio del Castillo en profundidad.

            Muchos son los historiadores que han escrito sobre el Castillo de Matrera y de ellos me he valido para realizar esta narración, entre ellos:

            Juan Ignacio Varela Gilabert en su artículo de 1985, «El Castillo de Matrera y el hombre que lo mandara construir», que dice: Vale la pena ascender hasta el recinto y contemplar la mole de su Torre norte, cuadrada, y el resto de su bóveda que don Miguel Mancheño y Olivares, el historiador y arqueólogo arcense califica de «primitiva», y que el inolvidable poeta de Villaluenga, Perico Pérez Clotet, sospecha de construcción árabe.

            Antonio Jarén Domínguez en su artículo en el libro de feria de Villamartín de 1995, «El Castillo de Matrera. Una aproximación histórica y arquitectónica» en el cual nos comenta que en el Cerro Pajarete no ha habido una excavación arqueológica que evidencie labores para acondicionar el lugar a la defensa. Nos dice también, que no es azarosa la construcción de la torre del homenaje en el lugar en que está, ya que aprovecharon las enormes rocas naturales como potentes refuerzos de la muralla. En su descripción de la fábrica nos dice que la torre del homenaje se ubica en la parte norte del recinto y presenta su más grave derrumbamiento donde teóricamente debía estar situada la entrada de la misma.

            Nos muestra un croquis de la planta de la fortaleza: 

Croquis de la fortaleza

            Por otro lado, tenemos a Magdalena Valor Pechotta, de la Universidad de Sevilla, que, aunque en sus estudios medievales no le he encontrado tema sobre el Castillo de Matrera, sí he encontrado que muchos de sus planteamientos son aplicables a Matrera. Uno de ellos es la reutilización de la fortaleza andalusí reparándola y añadiéndole nuevas estructuras, bien a través de la orden de Calatrava o el Cabildo de Sevilla.  Aparecen las torres del homenaje, que en nuestro castillo no parece tener la función de vivienda y sí la del último reducto de defensa del castillo. Su entrada ha desaparecido, pero posiblemente fuese una torre de flanqueo con una escalera circular en el interior, estas torres eran edificación fortificada que se encontraban en el exterior de una muralla defensiva u otra estructura formando un flanco.

       Alejandro Pérez Ordoñez (Profesor, arqueólogo e intérprete de Patrimonio Histórico) nos dice que el castillo se divide en dos partes: la torre del homenaje que se alza en el sector norte, en el lugar más infranqueable, donde la pendiente cae casi en vertical, y el gran patio de armas o albacar, circunvalado por una muralla de escasa elevación que lo ciñe completamente y con dos puertas de acceso, una en la cara occidental, llamada Puerta de los Carros, y otra en la oriental, llamada Puerta del Sol.

            El albacar tiene planta irregular ligeramente elíptica y es de gran amplitud, con una longitud de 185 ms. en su eje mayor y un perímetro amurallado de 500 ms.

            Según Carlos Quevedo Rojas, la torre del homenaje se alza en el sector norte, en el lugar más infranqueable, donde la pendiente es más abrupta. Es de planta rectangular, de 14,40 metros de largo (E-O) por 8,70 metros de ancho (N-S). Los muros tenían un grosor de 2,75 m en sus flancos este y oeste y 1,75 m en sus flancos norte y sur.

            Archivo Municipal de SevillaEste archivo municipal contiene gran cantidad de referencias sobre el Castillo de Matrera y del cual he podido sacar gran parte de la historia que estáis leyendo. Esas referencias están incluidas en su mayor parte en la:

            Sección 15ª (Papeles del Mayordomazgo)

            Catálogo del siglo XIV (1310-1396)

            Catálogo del siglo XV (1401-1416)

            Catálogo del siglo XV (1417-1431)

            Catálogo del siglo XV (1432-1442)

            Catálogo del siglo XV (1443-1454)

            Catálogo del siglo XV (1455-1474)

            Catálogo del siglo XV (1475-1488)

            Catálogo del siglo XV (1489-1504)

            Catálogo del siglo XVI (1505-1510)

            Catálogo del siglo XVI (1511-1515)

            Catálogo del siglo XVI (1516-1526)

            Catálogo del siglo XVI (1527-1558)

            Catálogo del siglo XVI (1559-1591) 

Antes y después

             Estado actual del castillo de Matrera

      El Castillo de Matrera es Bien de interés Cultural (BIC) desde 1949 como monumento de arquitectura defensiva y está protegido por la normativa urbanística de Villamartín. La titularidad del Bien es privada por lo que la propiedad establece el régimen de visitas. Aparte de sus valores históricos, su entrono de monte bajo mediterráneo cuenta con un gran interés natural y paisajístico.

       En 2013 se derrumbó gran parte de la torre debido a las escasas labores de reparación de los problemas estructurales detectado décadas atrás.

        La posterior obra de preservación en 2016 con la autorización de la Junta de Andalucía fue muy polémica, pues a pesar de recibir críticas populares en un principio, fue galardonado con dos premios internacionales: premio internacional de arquitectura Architizer​ y premio neoyorquino A+Architizer, que al final terminó ganando en la categoría de "Preservación".

            Tras la intervención y restauración monumental en el castillo por parte de Carlos Quevedo Roja y su equipo, el aspecto que el castillo presenta, aún en la distancia, es imponente, debido a sus grandes dimensiones, tanto en extensión como en altura y esbeltez de la torre, así como su situación estratégica que lo hace visible desde grandes distancias.

 

Notas semánticas:

Cora.- Circunscripción administrativa de la España musulmana. Al frente de cada cora se hallaba un gobernador nombrado por el califa.

Banda Morisca.- Parte del territorio de la frontera del reino nazarí de Granada que dependía de Sevilla.

Talas y correrías.- fenómenos inherentes a la guerra de desgaste que se libraba en la frontera.

Orden Militar de Calatrava.- La Orden de Calatrava es una orden militar y religiosa fundada en el Reino de Castilla en el siglo XII, en el año 1158, por el abad Raimundo de Fitero, con el objetivo inicial de proteger la villa de Calatrava, ubicada cerca de la actual Ciudad Real.

Orden Militar de Alcántara.- La Orden de Alcántara es una orden militar y religiosa creada en el año 1154 en el Reino de León, y que perdura en la actualidad. Al principio se denominaba Orden de San Julián del Pereiro y era filial de la Orden de Calatrava.

Dinastía nazarí.- La dinastía nazarí fue la última dinastía musulmana que dominó el Reino de Granada desde 1238 hasta el 2 de enero de 1492. Su caída supuso el final de al-Ándalus. Esta dinastía tuvo un total de 20 sultanes granadinos.

Camisa.- En fortificación y arquitectura histórica, se llama camisa al elemento que rodea normalmente en un castillo medieval a la torre del homenaje dejando muy poco espacio entre una y otra.

Virote.- El virote es una clase de saeta.​ Es uno de los proyectiles que las ballestas pueden utilizar.​

Virote empendolado.-  Saetas o dardos con pluma.

Escudo pavés.- Un pavés es un escudo prolongado que cubría el cuerpo del combatiente.

Bacinete.- Era un casco de hierro en un principio hemisférico y más tarde puntiagudo que cubría las orejas y el cuello, con visera o sin ella usado en la Edad Media desde finales del siglo XIII hasta el primer tercio del siglo XV.

 

 

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