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martes, 5 de septiembre de 2023

Historia n.º 66

 El secreto de la Vera Cruz

 

La historia que se va a narrar no es real sino ficticia, pero he querido que se desarrolle integramente en nuestro pueblo, en una calle determinada de él y sobre todo en una de las iglesias más antiguas. Aunque sea ficción aparecen datos, sitios y lugares reales de nuestro Villamartín. La historia está dividida en capítulos, más o menos breves. Y, si quieres saber cuál es El Secreto de la Vera Cruz, sigues leyendo y lo encontrarás…

 Capítulo I

              La noche era oscura y fría. Un joven llamado Luis caminaba por las calles de Villamartín, buscando un lugar donde pasar la noche. Había llegado al pueblo hace unas horas, huyendo de su pasado. No tenía familia, ni amigos, ni dinero. Solo tenía una mochila con algunas pertenencias y un libro antiguo que había encontrado en una biblioteca abandonada.

         El libro era un misterio para él. Estaba escrito en un idioma que no reconocía, pero que le resultaba familiar. Tenía dibujos de símbolos extraños y mapas de lugares desconocidos. En la portada, había una inscripción que decía: "El secreto de la Vera Cruz".

Cristo de la Vera Cruz

          Luis sentía una extraña atracción por el libro. Le parecía que guardaba algún secreto importante, algo que podía cambiar su vida. Por eso, lo había robado de la biblioteca y se había marchado del lugar donde vivía. Quería averiguar el significado del libro, aunque no sabía cómo.

             Mientras caminaba, vio una iglesia iluminada por la luna. Era la iglesia de San Francisco, una de las más antiguas del pueblo. Luis recordó haber leído algo sobre ella en el libro. Según el libro, la iglesia había sido construida sobre una ermita dedicada a la Santa Veracruz, y en su interior se guardaba una reliquia muy valiosa: un trozo de la cruz donde murió Jesucristo.

          Luis sintió una curiosidad irresistible. ¿Sería cierto lo que decía el libro? ¿Qué pasaría si encontrara la reliquia? ¿Qué poder tendría? Decidió entrar en la iglesia y averiguarlo.

        Empujó la puerta con cuidado y entró en el templo. Estaba vacío y silencioso. Solo se oía el eco de sus pasos sobre el suelo de piedra. Luis se dirigió hacia el altar mayor, donde se encontraba el retablo neoclásico donado por el rey Fernando VII. En el centro del retablo, había una imagen de Cristo crucificado, tallada en madera en el siglo XVI. Era el Cristo de la Veracruz, el titular de la primitiva ermita.

          Luis se acercó al Cristo y lo observó con atención. Era una obra de arte impresionante, llena de realismo y expresión. El rostro del Cristo reflejaba el dolor y la paz de quien ha cumplido su misión. Las manos y los pies estaban atravesados por clavos de metal. El cuerpo estaba cubierto por un paño blanco.

         Luis se fijó en un detalle que le llamó la atención. El paño blanco tenía bordado un símbolo que coincidía con uno de los dibujos del libro. Era una cruz con cuatro brazos iguales, terminados en tres puntas cada uno. Era el símbolo de la Vera Cruz.

          Luis sintió un escalofrío. ¿Sería posible que el libro tuviera razón? ¿Sería posible que el paño blanco ocultara un fragmento de la verdadera cruz? Luis no pudo resistir la tentación. Con un movimiento rápido, levantó el paño y miró debajo.

             Lo que vio le dejó sin aliento.

             Debajo del paño, no había nada.

             El Cristo estaba hueco.

             Y dentro del hueco, había algo que Luis nunca hubiera imaginado.

             Había un portal.

             Un portal a otro mundo.

 Capítulo II

          Luis no podía creer lo que veía. Del hueco del Cristo salía una luz cegadora, que se proyectaba sobre la pared de la iglesia. La luz formaba un círculo, como una puerta. Y a través de la puerta, Luis podía ver otro lugar.

          Era un lugar muy diferente al que conocía. Era un lugar lleno de colores, de formas, de sonidos. Era un lugar donde todo parecía posible. Era un lugar donde la magia existía.

           Luis sintió una atracción irresistible por el portal. Quería saber qué había al otro lado. Quería explorar ese mundo desconocido. Quería escapar de su realidad gris y aburrida.

            Sin pensarlo dos veces, Luis se acercó al portal y lo atravesó.

            En ese momento, todo cambió.

         Luis se encontró en medio de un bosque encantado. El suelo estaba cubierto de flores de todos los colores. Los árboles eran altos y frondosos, y sus ramas se entrelazaban formando arcos y túneles. Los pájaros cantaban melodías dulces y armoniosas. El aire olía a miel y a fruta.

          Luis se sintió maravillado por la belleza del lugar. Se sintió libre y feliz. Se sintió vivo.

            Pero no estaba solo.

          A pocos metros de él, había una figura que lo observaba con curiosidad. Era una niña de unos diez años, con el pelo rubio y los ojos azules. Llevaba un vestido blanco con flores bordadas, y unas alas transparentes le salían de la espalda. Era un hada.

            El hada se acercó a Luis y le sonrió.

            -Hola -dijo con una voz dulce-. ¿Quién eres? ¿De dónde vienes?

         -Hola -respondió Luis, sorprendido-. Me llamo Luis. Vengo de... de otro mundo.

           -¿De otro mundo? -preguntó el hada, intrigada-. ¿Cómo has llegado hasta aquí?

          -Por el portal -dijo Luis, señalando el círculo de luz que aún permanecía abierto-. Estaba en una iglesia, y encontré un libro que hablaba de la Vera Cruz. Y debajo del Cristo, había un portal que me trajo aquí.

         -¿La Vera Cruz? -repitió el hada, asombrada-. ¿El libro que tienes en la mano?

            -Sí -dijo Luis, mostrando el libro-. ¿Lo conoces?

        -Claro que lo conozco -dijo el hada-. Es el libro más antiguo y más poderoso que existe. Es el libro que contiene el secreto de la Vera Cruz.

            -¿Y cuál es el secreto? -preguntó Luis, impaciente.

        -El secreto es... -empezó a decir el hada, pero se interrumpió al oír un ruido.

          Era un rugido.

          Un rugido terrible y amenazador.

          Un rugido que provenía del otro lado del portal.

          Un rugido que anunciaba la llegada de algo malvado.

                                                       Capítulo III

         Luis y el hada se quedaron paralizados al oír el rugido. Era un sonido que les heló la sangre. Era el sonido de un dragón.

         Un dragón enorme y feroz, con escamas rojas y negras, con garras afiladas y colmillos venenosos, con alas desplegadas y fuego en la boca. Un dragón que había seguido a Luis desde su mundo, atraído por el poder del libro. Un dragón que quería el secreto de la Vera Cruz.

         El dragón atravesó el portal con un salto y aterrizó en el bosque encantado. Con un movimiento de su cola, arrasó varios árboles y flores. Con un soplido de su aliento, incendió una parte del bosque. Con un rugido de su voz, hizo temblar la tierra.

          Luis y el hada se escondieron detrás de un árbol, aterrorizados. El dragón los había visto y se dirigía hacia ellos, dispuesto a devorarlos.

          -¿Qué vamos a hacer? -preguntó Luis, asustado.

          -No lo sé -respondió el hada, nerviosa-. No tenemos armas ni magia para enfrentarnos a él.

          -¿No hay nadie que pueda ayudarnos? -preguntó Luis, desesperado.

          -No lo creo -dijo el hada, triste-. Este bosque está muy lejos de cualquier poblado o castillo. Estamos solos.

          -No puede ser -dijo Luis, angustiado-. Tiene que haber una forma de escapar.

          -Mira -dijo el hada, señalando el libro-. Tal vez el libro tenga alguna pista. Tal vez el secreto de la Vera Cruz sea la clave para derrotar al dragón.

          -Pero no podemos leerlo -dijo Luis, frustrado-. Está escrito en un idioma desconocido.

          -Pero yo sí puedo leerlo -dijo el hada, sorprendiendo a Luis-. Soy una hada de la sabiduría. Puedo leer cualquier idioma que exista.

          -¿En serio? -preguntó Luis, esperanzado.

          -Sí -dijo el hada, confiada-. Dame el libro y déjame ver si encuentro algo útil.

          Luis le entregó el libro al hada y esperó con ansiedad. El hada abrió el libro y empezó a pasar las páginas con rapidez. Sus ojos se iluminaban cada vez que encontraba algo interesante. Sus labios murmuraban palabras incomprensibles para Luis.

          Mientras tanto, el dragón se acercaba cada vez más. Su sombra cubría el cielo. Su olor llenaba el aire. Su ruido ensordecía los oídos.

          Luis miraba al dragón con pavor. No sabía cuánto tiempo podrían resistir. No sabía si el hada encontraría algo a tiempo. No sabía si podrían salir vivos de esa situación.

          Pero no se rendía.

          Tenía fe en el hada.

          Tenía fe en el libro.

          Tenía fe en el secreto de la Vera Cruz.

 Capítulo IV

         El hada encontró lo que buscaba. En una de las últimas páginas del libro, había una ilustración que le llamó la atención. Era una ilustración de la Vera Cruz, la cruz donde murió Jesucristo. Pero no era una cruz normal. Era una cruz mágica.

          La cruz tenía cuatro brazos iguales, terminados en tres puntas cada uno. Cada brazo tenía un color diferente: rojo, verde, azul y amarillo. Cada color representaba un elemento: fuego, tierra, agua y aire. Y cada elemento tenía un poder: calor, fuerza, fluidez y movimiento.

          El hada leyó la leyenda que acompañaba a la ilustración. Era una leyenda que explicaba el origen y el secreto de la Vera Cruz.

          Según la leyenda, la Vera Cruz había sido creada por Dios para salvar a su hijo de la muerte. Dios había dotado a la cruz de los cuatro elementos y los cuatro poderes, para que pudiera proteger y sanar a Jesucristo. Pero los hombres no se dieron cuenta de la magia de la cruz, y la trataron como un objeto cualquiera. La partieron en pedazos y la repartieron por el mundo.

          Con el tiempo, los pedazos de la cruz fueron olvidados o perdidos. Solo unos pocos sabían de su existencia y de su poder. Entre ellos, estaba el autor del libro que Luis y el hada tenían en sus manos. Era un sabio que había dedicado su vida a estudiar y buscar los fragmentos de la Vera Cruz. Y había descubierto algo increíble.

          Los fragmentos de la Vera Cruz no solo tenían poder en el mundo de los hombres. También tenían poder en otros mundos. Mundos paralelos, donde existían seres y cosas que los hombres no podían imaginar. Mundos como el que Luis y el hada habían atravesado por el portal.

          El sabio había encontrado la forma de abrir portales entre los mundos, usando los fragmentos de la Vera Cruz como llaves. Había viajado por muchos mundos, buscando más fragmentos y más secretos. Y había dejado pistas en su libro, para que otros pudieran seguir sus pasos.

          Pero no todos los que seguían sus pasos eran buenos. Algunos eran malvados, y querían usar el poder de la Vera Cruz para fines oscuros. Como el dragón que perseguía a Luis y al hada.

           El dragón era uno de los enemigos del sabio. Era un ser maligno que había robado uno de los fragmentos de la Vera Cruz, el del elemento fuego. Con él, había aumentado su poder y su maldad. Y había jurado vengarse del sabio y de todos los que tuvieran relación con él.

          Por eso, cuando el dragón vio a Luis entrar en la iglesia con el libro del sabio, lo siguió sin dudar. Quería arrebatarle el libro y el fragmento que ocultaba el Cristo. Quería tener todos los fragmentos de la Vera Cruz y dominar todos los mundos.

          Pero no iba a conseguirlo.

          Porque el hada tenía un plan.

          Un plan para usar el secreto de la Vera Cruz contra el dragón.

 Capítulo V

         El plan del hada era sencillo, pero ingenioso. Consistía en usar el fragmento de la Vera Cruz que ocultaba el Cristo, el del elemento agua, para apagar el fuego del dragón y debilitarlo. Para ello, necesitaban dos cosas: el libro y el paño blanco.

          El hada le explicó el plan a Luis y le pidió que confiara en ella. Luis asintió con la cabeza y se preparó para actuar.

          El hada abrió el libro en la página donde estaba la ilustración de la Vera Cruz. Con su dedo, tocó el brazo azul de la cruz, el que representaba el agua. Al hacerlo, el libro se iluminó y empezó a vibrar. El hada sintió una corriente de energía que recorría su cuerpo. Era el poder del fragmento de la Vera Cruz.

          El hada cerró el libro y se lo guardó en el bolsillo. Luego, cogió el paño blanco que había cubierto al Cristo y lo extendió entre sus manos. El paño también se iluminó y empezó a vibrar. El hada sintió que el paño se humedecía y se llenaba de agua. Era el efecto del fragmento de la Vera Cruz.

          El hada le hizo una señal a Luis y le pasó el paño. Luis lo cogió con cuidado y lo enrolló alrededor de su brazo. El paño estaba frío y mojado, pero no goteaba ni manchaba. Era un paño mágico.

          Luis y el hada salieron de su escondite y se enfrentaron al dragón. El dragón los vio y soltó una carcajada burlona.

          -¿Qué hacéis aquí, ratones? -dijo el dragón con voz ronca-. ¿Venís a ofrecerme vuestro libro y vuestro trapo? ¿O venís a morir?

          -Ninguna de las dos cosas -dijo el hada con valentía-. Venimos a derrotarte.

          -¿A derrotarme? -repitió el dragón con incredulidad-. ¿Con qué? ¿Con vuestra debilidad y vuestra ignorancia?

          -No -dijo Luis con firmeza-. Con esto.

          Y diciendo esto, Luis lanzó el paño blanco hacia la boca del dragón.

        El dragón no se esperaba ese movimiento. Abrió la boca para escupir fuego, pero solo consiguió tragar agua. Mucha agua. Tanta agua que le llenó los pulmones y le ahogó la garganta.

          El dragón se atragantó y tosió. Intentó respirar, pero no pudo. Intentó escupir, pero tampoco pudo. El agua le bloqueaba las vías respiratorias y le impedía usar su arma más poderosa: el fuego.

          El dragón se retorció de dolor y de rabia. Se dio cuenta de que había caído en una trampa. Se dio cuenta de que había subestimado a sus enemigos. Se dio cuenta de que había perdido.

          Luis y el hada aprovecharon la oportunidad. Corrieron hacia el portal y lo atravesaron. Volvieron a la iglesia, donde estaba seguro y tranquilo.

          El portal se cerró detrás de ellos.

          El dragón quedó atrapado en el otro mundo.

          El secreto de la Vera Cruz los había salvado.

 Capítulo VI

        Luis y el hada habían escapado del dragón, pero no habían terminado su aventura. Aún tenían el libro y el fragmento de la Vera Cruz, y querían saber más sobre ellos. Querían descubrir los otros mundos y los otros secretos que el libro guardaba.

        Así que decidieron seguir las pistas del sabio y buscar los demás fragmentos de la Vera Cruz. Para ello, necesitaban viajar por el mundo de los hombres y por los mundos paralelos. Necesitaban enfrentarse a los peligros y a los enemigos que se interpusieran en su camino. Necesitaban ser valientes y astutos.

          Pero no estaban solos.

          Tenían el libro y el fragmento de la Vera Cruz, que les daban poder y protección. Tenían el paño blanco, que les servía de arma y de herramienta. Y tenían su amistad, que les daba confianza y alegría.

          Juntos, formaban un equipo imparable.

          Juntos, vivieron muchas aventuras.

          Juntos, encontraron el secreto de la Vera Cruz.

          ¿Quieres saber cuál era el secreto?

          Pues te lo voy a decir.

          El secreto era...

          ...que la Vera Cruz no era solo una cruz.

          Era una llave.

          Una llave que abría la puerta al cielo.