El secreto de la
Vera Cruz
La
historia que se va a narrar no es real sino ficticia, pero he querido que se desarrolle integramente en nuestro pueblo, en una calle determinada de él y sobre todo en una de las iglesias más antiguas. Aunque sea ficción aparecen datos, sitios y
lugares reales de nuestro Villamartín. La historia está dividida en capítulos,
más o menos breves. Y, si quieres saber cuál es El Secreto de la Vera Cruz,
sigues leyendo y lo encontrarás…
Capítulo I
La
noche era oscura y fría. Un joven llamado Luis caminaba por las calles de
Villamartín, buscando un lugar donde pasar la noche. Había llegado al pueblo
hace unas horas, huyendo de su pasado. No tenía familia, ni amigos, ni dinero.
Solo tenía una mochila con algunas pertenencias y un libro antiguo que había
encontrado en una biblioteca abandonada.
El
libro era un misterio para él. Estaba escrito en un idioma que no reconocía,
pero que le resultaba familiar. Tenía dibujos de símbolos extraños y mapas de
lugares desconocidos. En la portada, había una inscripción que decía: "El secreto
de la Vera Cruz".
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Cristo de la Vera Cruz |
Luis
sentía una extraña atracción por el libro. Le parecía que guardaba algún
secreto importante, algo que podía cambiar su vida. Por eso, lo había robado de
la biblioteca y se había marchado del lugar donde vivía. Quería averiguar el
significado del libro, aunque no sabía cómo.
Mientras
caminaba, vio una iglesia iluminada por la luna. Era la iglesia de San
Francisco, una de las más antiguas del pueblo. Luis recordó haber leído algo
sobre ella en el libro. Según el libro, la iglesia había sido construida sobre
una ermita dedicada a la Santa Veracruz, y en su interior se guardaba una
reliquia muy valiosa: un trozo de la cruz donde murió Jesucristo.
Luis
sintió una curiosidad irresistible. ¿Sería cierto lo que decía el libro? ¿Qué
pasaría si encontrara la reliquia? ¿Qué poder tendría? Decidió entrar en la
iglesia y averiguarlo.
Empujó
la puerta con cuidado y entró en el templo. Estaba vacío y silencioso. Solo se
oía el eco de sus pasos sobre el suelo de piedra. Luis se dirigió hacia el
altar mayor, donde se encontraba el retablo neoclásico donado por el rey
Fernando VII. En el centro del retablo, había una imagen de Cristo crucificado,
tallada en madera en el siglo XVI. Era el Cristo de la Veracruz, el titular de
la primitiva ermita.
Luis
se acercó al Cristo y lo observó con atención. Era una obra de arte
impresionante, llena de realismo y expresión. El rostro del Cristo reflejaba el
dolor y la paz de quien ha cumplido su misión. Las manos y los pies estaban
atravesados por clavos de metal. El cuerpo estaba cubierto por un paño blanco.
Luis se fijó en un detalle que le llamó la
atención. El paño blanco tenía bordado un símbolo que coincidía con uno de los
dibujos del libro. Era una cruz con cuatro brazos iguales, terminados en tres
puntas cada uno. Era el símbolo de la Vera Cruz.
Luis
sintió un escalofrío. ¿Sería posible que el libro tuviera razón? ¿Sería posible
que el paño blanco ocultara un fragmento de la verdadera cruz? Luis no pudo
resistir la tentación. Con un movimiento rápido, levantó el paño y miró debajo.
Lo
que vio le dejó sin aliento.
Debajo
del paño, no había nada.
El
Cristo estaba hueco.
Y
dentro del hueco, había algo que Luis nunca hubiera imaginado.
Había
un portal.
Un
portal a otro mundo.
Capítulo II
Luis no podía creer lo que veía. Del hueco
del Cristo salía una luz cegadora, que se proyectaba sobre la pared de la
iglesia. La luz formaba un círculo, como una puerta. Y a través de la puerta,
Luis podía ver otro lugar.
Era
un lugar muy diferente al que conocía. Era un lugar lleno de colores, de
formas, de sonidos. Era un lugar donde todo parecía posible. Era un lugar donde
la magia existía.
Luis
sintió una atracción irresistible por el portal. Quería saber qué había al otro
lado. Quería explorar ese mundo desconocido. Quería escapar de su realidad gris
y aburrida.
Sin
pensarlo dos veces, Luis se acercó al portal y lo atravesó.
En
ese momento, todo cambió.
Luis
se encontró en medio de un bosque encantado. El suelo estaba cubierto de flores
de todos los colores. Los árboles eran altos y frondosos, y sus ramas se
entrelazaban formando arcos y túneles. Los pájaros cantaban melodías dulces y
armoniosas. El aire olía a miel y a fruta.
Luis
se sintió maravillado por la belleza del lugar. Se sintió libre y feliz. Se
sintió vivo.
Pero
no estaba solo.
A
pocos metros de él, había una figura que lo observaba con curiosidad. Era una
niña de unos diez años, con el pelo rubio y los ojos azules. Llevaba un vestido
blanco con flores bordadas, y unas alas transparentes le salían de la espalda.
Era un hada.
El
hada se acercó a Luis y le sonrió.
-Hola
-dijo con una voz dulce-. ¿Quién eres? ¿De dónde vienes?
-Hola
-respondió Luis, sorprendido-. Me llamo Luis. Vengo de... de otro mundo.
-¿De
otro mundo? -preguntó el hada, intrigada-. ¿Cómo has llegado hasta aquí?
-Por
el portal -dijo Luis, señalando el círculo de luz que aún permanecía abierto-.
Estaba en una iglesia, y encontré un libro que hablaba de la Vera Cruz. Y
debajo del Cristo, había un portal que me trajo aquí.
-¿La
Vera Cruz? -repitió el hada, asombrada-. ¿El libro que tienes en la mano?
-Sí
-dijo Luis, mostrando el libro-. ¿Lo conoces?
-Claro
que lo conozco -dijo el hada-. Es el libro más antiguo y más poderoso que
existe. Es el libro que contiene el secreto de la Vera Cruz.
-¿Y
cuál es el secreto? -preguntó Luis, impaciente.
-El
secreto es... -empezó a decir el hada, pero se interrumpió al oír un ruido.
Era
un rugido.
Un
rugido terrible y amenazador.
Un
rugido que provenía del otro lado del portal.
Un
rugido que anunciaba la llegada de algo malvado.
Capítulo III
Luis y el hada se quedaron paralizados al
oír el rugido. Era un sonido que les heló la sangre. Era el sonido de un
dragón.
Un dragón enorme y feroz, con escamas rojas
y negras, con garras afiladas y colmillos venenosos, con alas desplegadas y
fuego en la boca. Un dragón que había seguido a Luis desde su mundo, atraído
por el poder del libro. Un dragón que quería el secreto de la Vera Cruz.
El
dragón atravesó el portal con un salto y aterrizó en el bosque encantado. Con
un movimiento de su cola, arrasó varios árboles y flores. Con un soplido de su
aliento, incendió una parte del bosque. Con un rugido de su voz, hizo temblar
la tierra.
Luis
y el hada se escondieron detrás de un árbol, aterrorizados. El dragón los había
visto y se dirigía hacia ellos, dispuesto a devorarlos.
-¿Qué
vamos a hacer? -preguntó Luis, asustado.
-No
lo sé -respondió el hada, nerviosa-. No tenemos armas ni magia para
enfrentarnos a él.
-¿No
hay nadie que pueda ayudarnos? -preguntó Luis, desesperado.
-No
lo creo -dijo el hada, triste-. Este bosque está muy lejos de cualquier poblado
o castillo. Estamos solos.
-No
puede ser -dijo Luis, angustiado-. Tiene que haber una forma de escapar.
-Mira
-dijo el hada, señalando el libro-. Tal vez el libro tenga alguna pista. Tal
vez el secreto de la Vera Cruz sea la clave para derrotar al dragón.
-Pero
no podemos leerlo -dijo Luis, frustrado-. Está escrito en un idioma
desconocido.
-Pero
yo sí puedo leerlo -dijo el hada, sorprendiendo a Luis-. Soy una hada de la
sabiduría. Puedo leer cualquier idioma que exista.
-¿En
serio? -preguntó Luis, esperanzado.
-Sí
-dijo el hada, confiada-. Dame el libro y déjame ver si encuentro algo útil.
Luis
le entregó el libro al hada y esperó con ansiedad. El hada abrió el libro y
empezó a pasar las páginas con rapidez. Sus ojos se iluminaban cada vez que
encontraba algo interesante. Sus labios murmuraban palabras incomprensibles
para Luis.
Mientras
tanto, el dragón se acercaba cada vez más. Su sombra cubría el cielo. Su olor
llenaba el aire. Su ruido ensordecía los oídos.
Luis
miraba al dragón con pavor. No sabía cuánto tiempo podrían resistir. No sabía
si el hada encontraría algo a tiempo. No sabía si podrían salir vivos de esa
situación.
Pero
no se rendía.
Tenía
fe en el hada.
Tenía
fe en el libro.
Tenía
fe en el secreto de la Vera Cruz.
Capítulo IV
El hada encontró lo que buscaba. En una de
las últimas páginas del libro, había una ilustración que le llamó la atención.
Era una ilustración de la Vera Cruz, la cruz donde murió Jesucristo. Pero no
era una cruz normal. Era una cruz mágica.
La
cruz tenía cuatro brazos iguales, terminados en tres puntas cada uno. Cada
brazo tenía un color diferente: rojo, verde, azul y amarillo. Cada color
representaba un elemento: fuego, tierra, agua y aire. Y cada elemento tenía un
poder: calor, fuerza, fluidez y movimiento.
El
hada leyó la leyenda que acompañaba a la ilustración. Era una leyenda que
explicaba el origen y el secreto de la Vera Cruz.
Según
la leyenda, la Vera Cruz había sido creada por Dios para salvar a su hijo de la
muerte. Dios había dotado a la cruz de los cuatro elementos y los cuatro
poderes, para que pudiera proteger y sanar a Jesucristo. Pero los hombres no se
dieron cuenta de la magia de la cruz, y la trataron como un objeto cualquiera.
La partieron en pedazos y la repartieron por el mundo.
Con
el tiempo, los pedazos de la cruz fueron olvidados o perdidos. Solo unos pocos
sabían de su existencia y de su poder. Entre ellos, estaba el autor del libro
que Luis y el hada tenían en sus manos. Era un sabio que había dedicado su vida
a estudiar y buscar los fragmentos de la Vera Cruz. Y había descubierto algo
increíble.
Los
fragmentos de la Vera Cruz no solo tenían poder en el mundo de los hombres.
También tenían poder en otros mundos. Mundos paralelos, donde existían seres y
cosas que los hombres no podían imaginar. Mundos como el que Luis y el hada
habían atravesado por el portal.
El
sabio había encontrado la forma de abrir portales entre los mundos, usando los
fragmentos de la Vera Cruz como llaves. Había viajado por muchos mundos,
buscando más fragmentos y más secretos. Y había dejado pistas en su libro, para
que otros pudieran seguir sus pasos.
Pero
no todos los que seguían sus pasos eran buenos. Algunos eran malvados, y
querían usar el poder de la Vera Cruz para fines oscuros. Como el dragón que
perseguía a Luis y al hada.
El
dragón era uno de los enemigos del sabio. Era un ser maligno que había robado
uno de los fragmentos de la Vera Cruz, el del elemento fuego. Con él, había
aumentado su poder y su maldad. Y había jurado vengarse del sabio y de todos
los que tuvieran relación con él.
Por
eso, cuando el dragón vio a Luis entrar en la iglesia con el libro del sabio,
lo siguió sin dudar. Quería arrebatarle el libro y el fragmento que ocultaba el
Cristo. Quería tener todos los fragmentos de la Vera Cruz y dominar todos los
mundos.
Pero
no iba a conseguirlo.
Porque
el hada tenía un plan.
Un
plan para usar el secreto de la Vera Cruz contra el dragón.
Capítulo V
El plan del hada era sencillo, pero
ingenioso. Consistía en usar el fragmento de la Vera Cruz que ocultaba el Cristo,
el del elemento agua, para apagar el fuego del dragón y debilitarlo. Para ello,
necesitaban dos cosas: el libro y el paño blanco.
El
hada le explicó el plan a Luis y le pidió que confiara en ella. Luis asintió
con la cabeza y se preparó para actuar.
El
hada abrió el libro en la página donde estaba la ilustración de la Vera Cruz.
Con su dedo, tocó el brazo azul de la cruz, el que representaba el agua. Al
hacerlo, el libro se iluminó y empezó a vibrar. El hada sintió una corriente de
energía que recorría su cuerpo. Era el poder del fragmento de la Vera Cruz.
El
hada cerró el libro y se lo guardó en el bolsillo. Luego, cogió el paño blanco
que había cubierto al Cristo y lo extendió entre sus manos. El paño también se
iluminó y empezó a vibrar. El hada sintió que el paño se humedecía y se llenaba
de agua. Era el efecto del fragmento de la Vera Cruz.
El
hada le hizo una señal a Luis y le pasó el paño. Luis lo cogió con cuidado y lo
enrolló alrededor de su brazo. El paño estaba frío y mojado, pero no goteaba ni
manchaba. Era un paño mágico.
Luis
y el hada salieron de su escondite y se enfrentaron al dragón. El dragón los
vio y soltó una carcajada burlona.
-¿Qué
hacéis aquí, ratones? -dijo el dragón con voz ronca-. ¿Venís a ofrecerme
vuestro libro y vuestro trapo? ¿O venís a morir?
-Ninguna
de las dos cosas -dijo el hada con valentía-. Venimos a derrotarte.
-¿A
derrotarme? -repitió el dragón con incredulidad-. ¿Con qué? ¿Con vuestra
debilidad y vuestra ignorancia?
-No
-dijo Luis con firmeza-. Con esto.
Y
diciendo esto, Luis lanzó el paño blanco hacia la boca del dragón.
El
dragón no se esperaba ese movimiento. Abrió la boca para escupir fuego, pero
solo consiguió tragar agua. Mucha agua. Tanta agua que le llenó los pulmones y
le ahogó la garganta.
El
dragón se atragantó y tosió. Intentó respirar, pero no pudo. Intentó escupir,
pero tampoco pudo. El agua le bloqueaba las vías respiratorias y le impedía
usar su arma más poderosa: el fuego.
El
dragón se retorció de dolor y de rabia. Se dio cuenta de que había caído en una
trampa. Se dio cuenta de que había subestimado a sus enemigos. Se dio cuenta de
que había perdido.
Luis
y el hada aprovecharon la oportunidad. Corrieron hacia el portal y lo
atravesaron. Volvieron a la iglesia, donde estaba seguro y tranquilo.
El
portal se cerró detrás de ellos.
El
dragón quedó atrapado en el otro mundo.
El
secreto de la Vera Cruz los había salvado.
Capítulo VI
Luis y el hada habían escapado del dragón,
pero no habían terminado su aventura. Aún tenían el libro y el fragmento de la
Vera Cruz, y querían saber más sobre ellos. Querían descubrir los otros mundos
y los otros secretos que el libro guardaba.
Así
que decidieron seguir las pistas del sabio y buscar los demás fragmentos de la
Vera Cruz. Para ello, necesitaban viajar por el mundo de los hombres y por los
mundos paralelos. Necesitaban enfrentarse a los peligros y a los enemigos que
se interpusieran en su camino. Necesitaban ser valientes y astutos.
Pero
no estaban solos.
Tenían
el libro y el fragmento de la Vera Cruz, que les daban poder y protección.
Tenían el paño blanco, que les servía de arma y de herramienta. Y tenían su
amistad, que les daba confianza y alegría.
Juntos,
formaban un equipo imparable.
Juntos,
vivieron muchas aventuras.
Juntos,
encontraron el secreto de la Vera Cruz.
¿Quieres
saber cuál era el secreto?
Pues
te lo voy a decir.
El
secreto era...
...que
la Vera Cruz no era solo una cruz.
Era
una llave.
Una
llave que abría la puerta al cielo.