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martes, 28 de marzo de 2023

Historia n.º 61

Claves de un hijo predilecto:

Antonio Ruiz-Cabal y Rodríguez

 

El primer tercio del siglo XIX lo componen unos años en donde Villamartín parece que empieza a despertar de cierta monotonía procedente del siglo anterior: guerra contra los invasores franceses, cortes constituyentes de Cádiz, abolición del señorío del Marqués de los Álamos del Guadalete, fin del pleito con el Cabildo sevillana por la posesión de las tierras del término, reparto de las mismas…, vida muy movida y atrayente para lanzarse a la aventura. Estos fueron los motivos que indujeron a Mariano Ruiz Cabal a avecindarse en el año 1821 en Villamartín procedente de Córdoba. Éste era un chico cordobés nacido en el año 1801, de profesión tendero, consiguiendo en poco tiempo casa propia en la calle San Sebastián (hoy El Santo) y nueva profesión, maestro barbero.

Por otra parte, en el año 1795 en la calle Los Reyes de Villamartín, encontramos a Juan Rodríguez González, nacido en el año 1753. No se sabe nada más de él, ya que los registros anteriores a 1817 sólo reflejan al cabeza de familia y el número de empadronamiento. En el año 1817 aparece casado con Ana Reyes Peña, nacida en Villamartín en el año 1767. Este matrimonio se realizaría probablemente sobre el año 1799 porque de los tres hijos con que aparecen el mayor tiene 17 años. Los hijos de este matrimonio eran: Francisco Rodríguez Reyes (1800), Ana Rodríguez Reyes (1802) y José Rodríguez Reyes (1806).

Mariano y Ana se casaron aproximadamente hacia el año 1829 y se establecieron en el número 6 de la plaza, que por aquellos tiempos se llamaba Plaza del Rey. Posteriormente se domiciliaron en el número 30 actual de la calle Toledano (hoy calle La Botica), convirtiéndola en casa familiar hasta que murió Ana, momento en que los que quedaban de la familia se trasladan a Sevilla, datos que se toman del Censo General de la Población de Sevilla del año 1875.

Según los Archivos Municipales de Villamartín, la familia Ruiz-Cabal y Rodríguez la integraban nueve miembros, que exponemos con los datos recogidos del año 1849: Mariano Ruiz-Cabal y Pérez, nacido en Córdoba en el año 1801, propietario y casado con Ana Rodríguez Reyes, nacida en Villamartín (Cádiz) en el año (1802) y ama de casa. Este matrimonio tuvo siete hijos: María de la Paz (1830), Ana (1832), Antonia (1834), Antonio (1835), María Ignacia (1840), Juan (1844) y José María (1846).

Poco podemos decir de la familia Ruiz-Cabal y Rodríguez a excepción de Antonio: María de la Paz, Ana, Antonia e Ignacia a esperar a casarse y las labores de la casa; José María fue abogado, Juan fue ordenado de tonsura el 17 de diciembre de 1858, pero el que nos interesa y es protagonista de esta historia fue Antonio Ruiz-Cabal y Rodríguez.

Educado cristianamente por sus piadosos padres, sintió la voz de Dios, que lo llamaba al sacerdocio, y despreciando los halagos del mundo y el brillante porvenir que le ofrecían su ingenio y sagacidad, su claro talento y su admirable aptitud para el estudio, junto con la holgada posición que sus padres disfrutaban, ingresó en septiembre de I858 en el Seminario, Conciliar de Sevilla.

De la Revista «Isidorianum» que trata sobre Estudios Eclesiásticos Superiores sacamos unas breves notas sobre la biografía de este insigne paisano nuestro:

«Nació en Villamartín el 4 de octubre de 1835. Fue el primer alumno matriculado en el seminario de Sevilla en el edificio de Maese Rodrigo en 1848.

Aquí estuvo como colegial interno y estudió cuatro cursos de humanidades, tres de filosofía y siete de teología con cánones. En todas las asignaturas obtuvo la calificación de Meritissimus. En el seminario fue compañero de estudios de su hermano Juan. Obtiene el bachillerato en teología el 5 de julio de 1858. Fue ordenado de tonsura en la capilla del seminario y de presbítero el 24 de marzo de 1860, celebrando su primera misa en el seminario. Estudió derecho en la universidad literaria de Sevilla, consiguiendo el doctorado.

Desempeñó el cargo de presidente de modernos y, tras la renuncia de Luis de los Ríos, presidente de antiguos, desempeñando este cargo desde el 30 de octubre de 1862. Posteriormente fue nombrado vicerrector y rector desde el 13 de diciembre de 1877, cargo que desempeñaba interinamente desde la promoción de Manuel González Sánchez como obispo auxiliar de Sevilla. Profesor de teología dogmática (1870-1876), de derecho público eclesiástico (1876-1887) y de decretales (1876-1887). Iniciador y promotor de la Obra Pía de San Isidoro para la educación de los seminaristas pobres, que más tarde erigió en institución permanente el arzobispo Lluch y Garriga. Bajo su rectorado se realizaron importantes obras en el edificio Maese Rodrigo.

Los talentos y el celo del Sr. Ruiz-Cabal y Rodríguez no podían quedar encerrados en los muros del Seminario, y en efecto, los Emmos. Sres. Arzobispos de la archidiócesis le honraron sucesivamente con diversos cargos, como canónigo doctoral, presidente de la sala de examinadores sinodales, juez prosinodal del arzobispado, examinador prosinodal para los concursos a curatos, fiscal del tribunal y visitador general del arzobispado y de los conventos de religiosas.

De sus tareas en el púlpito y en el confesionario no voy a escribir mucho, porque sería menester dedicarles amplias páginas de que no dispongo; pero es suficiente con decir que ha sido infatigable en estos ministerios, estando siempre dispuesto a acudir donde se le llamaba y siendo uno de los predicadores más querido del pueblo sevillano.

La llegada a Sevilla del arzobispo Ceferino González supone para Ruiz-Cabal su cese como rector, ya que el prelado nombró para dicho cargo a su hermano Atanasio, licenciado en teología y deán de Segorbe, en febrero de 1884.

Tras la renuncia de éste al cargo de rector el 8 de junio de 1885, fue nombrado de nuevo Ruiz-Cabal. Poco durará esta segunda etapa en el rectorado, ya que el 13 de mayo de 1886 fue presentado por la reina regente a la Santa Sede para el obispado de Pamplona. Fue consagrado el 22 de agosto y tomó posesión de su sede el 3 de septiembre de 1886».

Tales acontecimientos llegaban también a las gentes de Villamartín, así que, aprovechando la inminente rotulación de algunas calles del pueblo, el 20 de julio de 1886 se leyó en el Pleno del Ayuntamiento una instancia formulada por los vecinos de la Villa don José de Troya Lobillo y don José Toro Carmona solicitando que se varíe, junto con otra, el nombre de la calle “Toledano” por la de Ruiz Cabal. El Ayuntamiento, deseando dar una muestra de cariño al digno hijo de esta población don Antonio Ruiz Cabal y Rodríguez, acordó por unanimidad acceder a lo solicitado por los firmantes de la solicitud, remitiendo un certificado del acuerdo al expresado señor para su conocimiento y satisfacción.

Sus habituales pastorales de adviento y cuaresma estaban sazonadas de abundantes citas de la escritura y de los Padres; seguía de cerca las vicisitudes del Vaticano, dedicando una pastoral a la Rerum Novarum de León XIII. En su pontificado en Pamplona edificó la capilla gótica en el claustro de la catedral, amplió el palacio episcopal, restauró la colegiata de Roncesvalles y se fundaron 11 conventos masculinos y 12 femeninos. Aprobó la Adoración Nocturna. Creó una Obra Pía para la dotación de diez doncellas pobres y varias becas para seminaristas pobres, además de edificar nuevas aulas en el seminario conciliar. Prohibió la lectura y retención de El Porvenir Navarro dirigido por Basilio Lacort (1899).

Por motivos de salud, enfermo de diabetes, presentó su dimisión a León XIII y le fue admitida el 13 de diciembre de 1899, reteniendo la administración de su diócesis hasta la toma de posesión de su sucesor y se fue sin despedida oficial. Es nombrado obispo titular de Lystra, in partibus infidelium. Desde entonces fijó su residencia en Sevilla, ayudando a los prelados sevillanos en la administración de la confirmación y de las órdenes generales.

«El obispo dimisionario de Pamplona y titular de Lystra había creado con sus propios bienes una fundación piadosa y perpetua en el seminario de Sevilla con dos becas enteras y doce medias becas. El capital de la fundación ascendía a 178.000 pesetas nominales en título de la deuda perpetua interior de España al 4 por ciento. Los réditos del capital pertenecían al fundador mientras viviera, comenzando a cumplirse la fundación con sus cargas desde el fallecimiento del mismo, consistente en 365 misas al año aplicadas por su intención y 750 pesetas anuales en favor de las necesidades del seminario. La fundación fue aprobada por el arzobispo de Sevilla el 20 de marzo de 1903.

Su vida estuvo muy ligada al seminario sevillano, dejando una parte de su herencia a esta institución.

El obispo dimisionario de Pamplona y titular de Lystra falleció en Sevilla el 14 de octubre de 1908 y fue enterrado en la cripta de los arzobispos a petición del prelado y del cabildo catedralicio».

Numerosas son las noticias relacionadas con esta historia de las que contaré algunas:

            «El seminario llamado Maese Rodrigo Fernández de Santaella estaba emplazado en un edificio de la Puerta de Jerez de Sevilla. Después de numerosas e importantes obras abrió sus puertas el 1 de octubre de 1848. Hasta 1900 el edificio fue reparado y ampliado, pero a pesar de tantas obras, el edificio nunca reunió las condiciones para el elevado número de alumnos que albergaba: mal distribuido, carente de jardines, muy húmedo en invierno, cuartos y habitaciones sin ventilación y biblioteca muy deficiente. Como datos estadísticos diremos que entre los años 1858-1901 los alumnos que estudiaron 4 cursos de Humanidades fueron 2491 internos y 2870 externos; entre los años 1858-1897 los alumnos que estudiaron 3 años de Filosofía fueron 1533 internos y 1097 externos, 7 años de Teología fueron 2396 internos y 1713 externos, y Cánones fueron 72 internos y 208 externos; entre los años 1858-1879 los alumnos que estudiaron la carrera corta o abreviada (3 años de Humanidades, 1 de Filosofía y 2 de Teología) fueron 84 internos y 533 externos; entre los años 1858.1901 se ordenaron 935 presbíteros».

«Los rectores del seminario situado en el edificio Maese Rodrigo fueron: Manuel Jiménez Salazar (1848-1855), Manuel González Sánchez (1855-1876), Antonio Ruiz-Cabal y Rodríguez (1877-1884; 1885-1886), Atanasio González Díaz-Tuñón (1884-1885), Silvestre Pérez Godoy (1886-1892), Manuel Rodríguez Sánchez (1893-1896; 1902-1912), Modesto Abín Pinedo (1896-1902). En el mandato de este último se produjo el traslado del seminario del edificio Maese Rodrigo al Palacio de San Telmo».

«La lista de los Obispos de la Diócesis de Pamplona e bastante larga, así que expondré los nombre de los dos anteriores y posteriores a nuestro paisano: Pedro Cirilo Uriz Labayru (1861-1870), José Oliver y Hurtado (1875-1886), Antonio Ruiz-Cabal y Rodríguez (1886-1899), José López Mendoza y García, O.S.A. (1899-1923), Mateo Múgica y Urrestarazu (1923-1928, nombrado obispo de Vitoria)».

De la revista La Unión católica del 20 de mayo de 1896 se puede leer la siguiente noticia:

A la Duquesa de Villahermosa.

La actual capilla que hay en el castillo de Javier va a ser trasformada con la adición de una nueva iglesia; se ha colocado para perpetua memoria en el hueco de la primera piedra un documento cuyo texto damos a conocer a nuestros lectores, y dice así:

«A mayor gloria de Dios el año del Señor MDCCCXCVI día XXV de Mayo, lunes de Pascua de Pentecostés aniversario del mismo día de MDXXI cuando en la defensa de la ciudadela de Pamplona cayó gloriosamente herido Ignacio de Loyola el Excmo. e Ilmo. Sr. Don Antonio Ruiz Cabal Obispo de Pamplona, presidiendo numerosísima multitud de peregrinos navarros, puso solemnemente la primera piedra del templo que junto a su castillo natal en honor y bajo la advocación de S. FCO. XAVIER APÓSTOL DE LAS INDIAS erige de nueva planta y a sus expensas la nobilísima señora doña María del Carmen Aragón Azlor e Idiáquez duquesa de Villahermosa eligiendo la futura cripta para su enterramiento y el de su difunto y amadísimo esposo don José Manuel de Goyeneche, conde de Guaqui.

Honraron con su presencia la inauguración de esta obra el venerable Clero, una comisión de la diputación de Navarra, magistrados, gobernadores civil y militar de la provincia, Padres de la residencia de Xavier y de otras casas, por este nuevo beneficio que la preclara duquesa dispensa a la Compañía de Jesús, obligados con más estrechos vínculos de gratitud a su munificentísima patrona.»

La Señora Duquesa de Villahermosa ha regalado al Excmo. Sr. Obispo de Pamplona, como recuerdo de la colocación de la primera piedra del templo que dicha piadosa Señora va a erigir en Javier, la preciosa paleta de plata con mango de marfil que aquel Venerable Prelado usó en dicho solemne acto, y en la cual se ha gravado una inscripción conmemorativa del mismo.

En la actualidad, sólo existen en España dos pueblos que tienen dedicada una calle a nuestro protagonista, son: Valverde del Río, localidad sevillana de 7.711 habitantes; los villaverderos le rotularon la calle así, «Calle Doctor Antonio Ruiz Cabal»; y San Cristóbal de la Laguna, localidad tinerfeña de 157.815 habitantes; los laguneros le rotularon la calle así, «Calle Obispo Ruiz Cabal».

Como ustedes habéis leído los villamartinenses le dedicamos a nuestro paisano una de nuestras mejores calles, pero cuando la política entra en acción en estos asuntos disloca todo el nomenclátor de las localidades. Así, el 22 de julio de 1931 el Cabildo de Villamartín en sesión ordinaria acordó sustituir, sin más argumento, el nombre de algunas calles entre las que se encontraba la calle Ruiz Cabal por el de Miguel de Cervantes Saavedra. Este nombre le duró a la calle hasta el 2 de septiembre de 1936, siendo alcalde don Manuel Cervera Jiménez Alfaro que en Sesión Ordinaria de la Gestora Municipal acordó restablecer el nomenclátor de las calles del pueblo que regía antes del 14 de abril de 1931, volviéndose a llamar de nuevo Antonio Ruiz-Cabal Rodríguez, aunque convivió con el de Miguel de Cervantes hasta el día 30 de noviembre de 1965 en que la corporación rotuló la calle con el nombre de Ntra. Sra. de las Montañas y en el año 1989 con el nombre de calle Botica. Bueno sería retomar el nombre de Ruiz Cabal a la calle para que no digan que Villamartín no sabe honrar a sus hijos.

Para terminar, hay que decir que nos honra haber tenido un sacerdote que por su valer, piedad y talento mereció alcanzar la dignidad del episcopado y un gran número de cargos y dignidades en los que acrecentó la gloria de Dios, prestó a la Iglesia innumerables servicios y enalteció a Villamartín.


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